Un regalo para ser feliz

Celebremos el Día de la Niñez pensando en los niños de nuestra vida, y en las pequeñas grandes cosas que pueden afectar el amor incondicional, seguridad y confianza necesarios para ser quienes realmente somos, sin miedo ni culpa (si alguna lo ha logrado…).

Cuando escucho con frecuencia a “súper madres/padres” decir “hay que hablarle a nuestros hijos, hay que estar atentos a lo que hacen, hay que controlar”… simplemente me siento “mala madre” primero, y me pregunto: ¿se trata de controlar?; hay que estar atentos, sí, ¿porque nos importa cómo se sienten, o para que “se porten bien”?; ¿se trata solamente de hablarles?; ¿qué pasa con ESCUCHAR y estar presentes, de verdad?

Una comunicación auténtica implica escuchar. No solamente hablar. Y no simplemente oír.

Escuchar implica estar atentos a lo que el otro nos dice, a cómo y cuándo nos plantea determinados temas, a sus reacciones cuando los planteamos nosotros, y estar atentos “al resto de la vida”, al día a día y a cómo maneja las diferentes situaciones.

Podemos creer que por “hablar de todo” en casa, tenemos una gran comunicación, y sabemos lo que harán nuestros hijos. Y tal vez, muchas veces, no sabemos si les pasó algo importante ese día, cómo se sienten, cómo están sus vínculos con sus amigos y con nosotros, en el liceo, en el club, y en casa.

  • Podemos tener un gran discurso armado, una conversación maravillosa planificada, pero si no estamos atentos de verdad al otro, con los 5 sentidos (no sólo oyendo lo que dice)… posiblemente perdamos información muy valiosa.
  • O tener delante nuestro a una persona que nos está pidiendo ayuda, que está buscando la forma de decirnos algo ya sea con sus palabras, con su actitud o con sus conductas, y no darnos cuenta porque no estamos “escuchando” en todo el sentido de la palabra. A veces, ni estamos presentes.

Escuchar no es oír. Comunicarse no es hablar. Ser padres no es fácil, y ser responsables no es pedir un reporte cada 5 minutos de dónde están nuestros hijos, ni trabajar todo el día “para que no les falte nada”.  Tampoco es el límite por el límite en sí mismo, sin permitirles la oportunidad de tomar decisiones y de asumir las consecuencias de sus conductas. 

Escuchar, comunicarse y ser padres responsables ES ESTAR.

Estar en los momentos más simples.

Estar presente de verdad cuando estás sentado a la mesa, y no mirando el celular o la televisión. No es cuestión de tiempo, es de calidad.

Estar en una misma habitación un rato, aunque no sea la hora de comer.

Escuchar sus historias del día, para saber en qué andan ellos y sus amigos.

Sin juzgar. Sin criticar porque sí, imponiendo nuestra opinión.

Sin sermones: simplemente escuchar y acompañarlos a pensar sobre lo que nos cuentan.

Y si algo nos preocupa o nos enciende una “luz amarilla”: tranquilos. No pongamos el grito en el cielo. Respiremos hondo, y sigamos el diálogo sin advertencias de “peligro”. Podemos tener delante nuestro una puerta abierta para conocer lo que está pasando con nuestro hijo de primera mano… y cerrarla de un golpe con un mínimo gesto de desaprobación, un comentario negativo, una crítica a lo que nos está contando… o un reto.

  • Esos momentos de puertas abiertas valen oro:

Dejá lo que estés haciendo, dejá el papel de padre/madre responsable-que sabe todo-y te dice lo que está bien o mal, dejá el prejuicio, y dejá el teléfono para avisarle a los otros padres el horror que te está contando tu hijo. Simplemente escuchá, intentá entender lo que te está diciendo, preguntá desde la curiosidad, sin juzgar.

No  olvidemos que así como los padres tenemos que escuchar con los 5 sentidos, nuestros hijos también lo hacen: estarán atentos a nuestros mínimos gestos, a nuestros comentarios de aprobación o desaprobación.

Como estuvimos nosotras siendo niñas.

Si nuestros hijos se sienten juzgados, amenazados por posibles represalias, o expuestos ante sus amigos por lo que podamos decirle a los demás, podemos perder la posibilidad de conocer su entorno indirectamente, perder lo que piensan sobre lo que nos están contando, cómo actuarían en esa situación, y lo principal: podemos perder su confianza.

Como tal vez reaccionamos nosotras siendo chicas.

Hoy te invito a que pienses en tus hijos (si los tenés):

Escuchalos. ¿Qué necesitan? ¿cómo se sienten? ¿qué están queriendo decir con sus conductas?

Y a que pienses en tu niña:

Escuchate. ¿Qué necesitás vos? ¿cómo te sentís? ¿qué estás queriendo decir con tus conductas? Como madre, y como niña.

El mejor regalo que podría tener tu niña es un hermoso paquete que incluya:

  • ser aceptada y querida incondicionalmente, simplemente por ser quién es y cómo es;
  • ser escuchada, aunque eso no significa que no tenga límites;
  • que otros la entiendan y respeten cómo se siente, que validen sus emociones,
  • que la cuiden y le den permiso para equivocarse, sin tener que poder con todo y ser perfecta.

Esa es la base del autocuidado, de la libertad, del permiso para disfrutar, de la confianza, de vivir sin miedos o culpas por defraudar a quienes son importantes en tu vida, y de poder reconocer tus necesidades.

ESE regalo podés empezar a dártelo vos misma cada día, si te has cansado de esperarlo de los demás, o hasta has llegado a creer que no lo merecés porque nunca lo tuviste o venia con condiciones.

Y también podés dárselo a tus hijos, para que vayan generando su propia confianza y la libertad de ser ellos mismos.

FELIZ DÍA A TU NIÑA INTERIOR!! Y espero que celebren juntas 😉

Lorena

Entre tu felicidad y vos, puede estar el Miedo

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